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sábado, 15 de octubre de 2016

Por qué Bob Dylan sí merece el Nobel de Literatura


Hay muchos escritores, cantautores y poetas que nunca ganaron ningún premio y murieron pobres como ratas. Algunos aún siguen siendo desconocidos (¡y desconocidas!) o conocidos por una minoría. Partiendo de la base de que los premios son simplemente una ayuda publicitaria y económica para reconocer el talento de alguien, es justo decir que el premio Nobel ya no significa lo que significó en otra época, como cuando se lo dieron a Ramón y Cajal o a Marie Curie. También podemos señalar que los Nobel son algo rancios y que de los 809 premios entregados hasta la fecha, sólo 35 se lo han llevado mujeres (aquí la lista). Pero no voy a hablar de lo agrio que está resultando este año 2016, que ya estamos muy cansados. Voy a argumentar por qué Bob Dylan merece ganar este o cualquier otro premio.


Qué se premia

Hay artistas que trascienden la disciplina en la que se especializan o por la que son más conocidos, y Dylan es uno de ellos. Siempre ha sido un curioso que ha preferido experimentar y reinventarse, y siempre ha intentado hacerlo buscando verdades. ¿Dónde está la controversia de que un músico y compositor gane un premio literario? Los premios Nobel sólo tienen seis categorías: Medicina, Física, Química, Economía, Paz y Literatura. No tienen una de Humanidades, Letras o Artes en general. Una persona que compone la música y la letra de una canción y además la interpreta, es compositor e intérprete. Si el proceso creativo de escribir versos, componer la música, tocar y cantar una canción no se puede disociar y repartir en categorías del Trivial Pursuit, el talento de la persona tampoco. No recuerdo esta controversia cuando, por ejemplo, le dieron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen. ¿Se quejó alguien porque Cohen nunca fue a un conservatorio, ni ha destacado por su voz? No, porque es un excelente poeta, cantautor y músico autodidacta (por cierto, Cohen dio este mítico discurso lleno de gratitud hacia España que siempre me anima a seguir escribiendo). Vale, habrá quien argumente que la poesía de Dylan es demasiado simple o popular o no tan excelente como la de otros grandes escritores, pero es así como se ha convertido en un referente y en parte de la Historia. Se premia algo más que la calidad literaria, apreciada por unos pocos que han tenido la suerte de estudiar y aprender; se premia que el mensaje expresado ha trascendido el medio utilizado. Se me cae el alma a los pies cuando leo que la gente escribe cosas como: “Dylan se merece ganar un Grammy, no un premio de escritores”. ¿Qué mierda de afirmación es esa? ¿De verdad vamos a encasillar y a separar las disciplinas artísticas? ¿En qué categoría premiaríamos hoy a Homero, Dante o Da Vinci? 


La herencia de Bobby

Los poetas griegos se encomendaban a las Musas y a los Dioses para dar con el verso adecuado. Los bardos de la Edad Media y del Renacimiento cantaban romances, cantares de gesta y cultura popular (¿el primer folk?). Los poetas románticos preferían morir honestamente y enamorados que vivir como mentirosos, y los poetas del siglo XX han tenido una herencia muy intensa de asimilar, especialmente los norteamericanos que vivieron las consecuencias de la Guerra Civil y de dos guerras mundiales. Robert Allen Zimmerman nació hombre blanco y judío en Minnesota, un territorio que había sido arrebatado a los sioux hacía menos de un siglo. Minnesota tiene el sobrenombre de Tierra de los Diez Mil Lagos. De la épica norteamericana podemos hablar durante horas; sólo con ver cómo anuncian cada uno de sus estados os podéis hacer una idea de lo que les gusta contar historias. La generación de los padres de Dylan quedó muy marcada tras superar la Gran Depresión y regresar de una guerra que afectó a gran parte de la población de estrés postraumático, trastorno que ni se había diagnosticado ni tenía nombre todavía. Los hijos de esta generación perdida fueron los poetas beatnik de los años 50, que sembraron lo que cristalizó en los años 60. Bob Dylan lee a los románticos y a los beatnik, es heredero del folk de tierras baldías, de paisajes extensos cortados por vías de tren, de inmigrantes occidentales que ahora son los autóctonos que echan a nuevos inmigrantes, y crece escuchando a las grandes voces negras que cantan blues contra la opresión. 

Dylan siempre ha sido consciente de su herencia histórica y de su privilegio, e incluso cuando ha intentado mantenerse al margen de etiquetas y mensajes políticos, siempre ha obrado de forma responsable haciendo uso de ese privilegio para denunciar algo ante lo que uno no podía callarse (¿os acordáis de la canción Hurricane?). Aunque veladamente y en clave poética, en sus canciones hay un tema constante que las hace inevitablemente políticas: la denuncia de las diferencias entre seres humanos, el sufrimiento de los que tienen menos contrastado con el cinismo de los que tienen más. Quizás Bob no tenía esperanza de encontrar solución a este eterno problema humano (de ser así, ya le habrían dado el Nobel de la Paz), a él sólo le importaba buscar la verdad, la virtud, lo genuino… lo que flota en el viento. Nunca quiso dedicarse a la canción protesta, ni ser la voz de una generación y prefería mandar a la prensa a freír espárragos que hacer lo que le dijeran, aceptar etiquetas o explicar el mensaje de sus canciones y, sin embargo, trató siempre de hacer lo que consideraba ético y sincero. 




La originalidad vs. la universalidad

No hace falta decir llegados a este punto que Dylan sabe escribir muy bien. Pero nadie nace enseñado. También se le cuestiona la autoría de muchas de sus letras y se le echa en cara que ha bebido tanto de cantautores y poetas anteriores a él que los ha acabado “plagiando”, ya fuera de forma consciente o inconsciente. Aquí entramos en dos temas: la universalidad de los temas literarios (no pertenecen a nadie y por tanto todo el mundo copia a todo el mundo) y la coyuntura que vivió Dylan cuando empezó a cantar. Del primer tema paso de hablar, porque el propio Dylan ha sido muy sincero a la hora de hablar de sus influencias, ¿cómo prescindir de ellas? Habría que quitarle el mérito a todo artista que jamás haya creado algo. Decidme de un artista analfabeto, ciego y sordo que de repente recuperase todos sus sentidos y crease una obra magistral, sin ver ni oír ni aprender de ningún artista anterior. Pues eso, que hasta Cervantes copiaba, y como todos los genios, copiaba muy bien. Más sobre este tema en esta TED Talk que utiliza como ejemplo algunas letras de Dylan y de los clásicos del folk de los que aprendió: 



En cuanto al momentum, Dylan llegó demasiado tarde para pertenecer a la generación de artistas que admiraba. Cuando empezó a tocar, llamaba la atención que alguien tan joven quisiera formar parte de un género marginal que parecía sólo interesarle a los nostálgicos. Que Dylan se hiciera famoso y muchos otros poetas anteriores y contemporáneos cayeran en el olvido puede ser injusto, puede ser cruel, pero desde luego no es culpa de Dylan ni le resta mérito a sus logros. La escena final de la película “Inside Llewyn Davis” (Coen & Coen, 2013) ilustra esto de maravilla. Un músico que tiene muy mala suerte, a pesar de su mucha experiencia y talento, las pasa canutas durante toda la película hasta que le echan a patadas de un bar. Mientras, sube al escenario un joven al que no se le ve la cara, pequeño, con el pelo revuelto, una guitarra y una armónica, que empieza a tocar una versión diferente de un viejo blues. Como dicen en la película: si la canción te suena, pero no es nueva ni vieja, es una canción folk. Sin el trabajo de Dylan y sin la polémica de los críticos musicales que le echaban en cara "apropiarse" del trabajo intelectual de los clásicos (ay, la propiedad y los americanos), muchos cantautores, poetas y músicos no habrían sido rescatados del olvido y escuchados hoy en día. La gran paradoja es que Bob Dylan quería cantar de forma anónima, quería resucitar a los maestros del folk y sus historias, y lo intentó llevar a cabo pasando desapercibido. Pero no funcionó, se perdió en la fama, se reencontró y sobrevivió, siguió creando y disfrutando de nuevas etapas creativas y ahora es una página de la Historia y forma parte de la narrativa épica del American dream, algo que no le gusta ni al propio Dylan. 

El lenguaje que emplea es tremendamente sencillo (nunca simple) y se puede interpretar de muchas maneras, como suele pasar con la buena poesía, y al final acabas reconociendo la forma de hablar porque utiliza frases cotidianas que le suenan a todo el mundo. Como bien describió su hijo Jakob uno de sus álbumes, el Blood On The Tracks de 1975: “Es mi padre hablando”. Luego analizas con más profundidad y encuentras historias universales escondidas en otros planos de la misma canción.


El genio de Bob Dylan es indiscutible, pero se discute y se critica porque sigue vivo, algo inusual en artistas de su generación, y porque nunca jugó a las reglas de los mass media. Le han criticado siempre, durante toda su carrera, sin importar lo que hiciera. Si innovaba le llamaban excéntrico, si hacía lo de siempre, decían que se había estancado. Le criticaron cuando estaba drogado y también cuando se limpió de todo y estuvo sobrio. Le criticaron por nihilista, por agnóstico y también por su fe. Si rechazaba un contrato o un premio era un arrogante, si lo aceptaba, un vendido. A pocos artistas (de los buenos) le han metido tanta caña como a Dylan. Acepte o rechace este premio, le van a llover por un lado o por otro. Pero lo cierto es que a él ya le da igual todo. Está en otra liga y siempre lo estuvo. 

Para aquellos que siguen pensando que escribir literatura y escribir canciones son categorías, les recomiendo que vean el documental No Direction Home (Scorsese, 2005) y que si no tienen tiempo para escucharse todos los discos de Dylan, que al menos lo intenten con Highway 61 Revisited, Blonde On Blonde Blood On The Tracks, leyendo las letras. Luego decidme que no sabe escribir. 


Ojalá muchos otros escritores reciban el reconocimiento que tanto merecen, pero ese es otro asunto. 





domingo, 9 de agosto de 2015

Libros diferentes para aves raras



Ilustración de Kai & Sunny, detalle.

Hace poco diagnosticaron trastorno del espectro autista a un familiar. Desde entonces, todos en mi familia nos hemos estado informando e implicando en el proceso de comprensión de este trastorno y hemos estado leyendo sobre el tema. Vengo a recomendaros algunas de estas lecturas. Algunas las he leído, otras me las recomienda mi familia y estoy en proceso de leerlas. Todas las lecturas tienen en común que ayudan a ponernos en la cabeza de una persona cuyo cerebro funciona de una forma diferente al nuestro, en cuanto a competencias comunicativas e interacción social. Quizás a todos os suene un poco de qué va el autismo o sabéis que las personas con síndrome de Asperger no reconocen las emociones (Lisbeth Salander, gran personaje creado por Stieg Larsson, es un ejemplo de Asperger). También dicen de muchos genios de la historia que fueron autistas o al menos presentaban algunos de los síntomas. Las lecturas sobre el tema son abrumadoras. Siempre es mejor combinar la lectura de revistas científicas con textos más accesibles (y con documentales como María y yo, que se puede ver online en la web de RTVE), con el objetivo de tener más información, sin perder de vista algo fundamental: no hay dos pacientes de autismo iguales y aún queda mucho por investigar sobre el funcionamiento cerebro humano.



El curioso incidente del perro a medianoche.
The Curious Incident of the Dog in the Night-Time.
Mark Haddon
ISBN: 978-84-7888-910-5
Número de páginas: 272
Tipo de edición: Rústica con solapas
Editorial: Salamandra (Más información).

Cuando descubrí y leí este libro, tenía 15 años y no sabía lo que era el autismo. Sólo sabía que el protagonista, Christopher, era un niño de mi edad, peculiar, un poco bicho raro, un poco como yo. Lo he releído recientemente y ahora me gusta incluso más. Me sentí identificada con la escena en la que decide coger el metro, y tiene que prepararse mentalmente para ello y pensar que las personas son como "vacas en el campo". La sensación de agobio que genera entrar en el metro de Londres en hora punta es algo que no afecta a mucha gente, y yo les envidio profundamente. Se podrá decir de esta novela que la prosa es demasiado simple o que la voz de Christopher narrando es repetitiva, pero qué quieren que les diga, es uno de mis libros favoritos porque consigue de manera extraordinaria que cualquier lector se ponga en la piel de Christopher. 


La razón por la que salto.
The Reason I Jump, Random House, 2013.
Naoki Higashida.
ISBN: 978-84-9918-812-6
No. páginas: 192
Roca Editorial.
Ilustraciones de Kai & Sunny, conservadas en el Victoria & Albert Museum.

Libro ameno y conciso escrito por Naoki Higashida cuando tenía 13 años en forma de preguntas y respuestas. Es muy directo, dulce y a veces algo triste, pero sin duda tanto el autor como el lector hacen un ejercicio de empatía que resulta triunfante para el objetivo del autor: que el autismo sea mejor conocido y los autistas mejor comprendidos. Naoki también deja claro que su experiencia como autista es diferente de las experiencias de otros autistas, y contesta a las preguntas de forma muy personal y sencilla. Lo más sorprendente es la voz segura y humilde que explica cómo es su mundo, cómo funciona su cabeza, por qué le cuesta tantísimo trabajo conversar o comunicarse hablando, o medir el tiempo, y pide que no demos por sentado que un autista es esto o lo otro, o que puede hacer o sentir esto o lo otro, pide que nos libremos de los prejuicios y de las ideas preconcebidas: "... básicamente, mis sentimientos son muy parecidos a los vuestros". Siempre he admirado mucho la cultura japonesa, su arte y su actitud de respeto hacia todo ser vivo, aunque quizás su sistema de educación tan eficiente y estricto puede ser una verdadera tortura para un niño con necesidades especiales, y Naoki habla en el libro sobre su sensación de desasosiego por haber "defraudado" a sus padres, herencia cultural del sentido del honor y la responsabilidad que tanto marcan la cultura japonesa. Creo que esto denota la alta sensibilidad que puede tener una persona con autismo y la necesidad de reflexionar sobre la presión contraproducente de algunos sistemas educativos. Mi fragmento preferido:
"Lo que queremos es volver atrás. Al pasado lejano. A una época primigenia. De hecho, a antes de que existieran los seres humanos. En esto creo que todos los autistas coincidimos. Las formas de vida acuática nacieron y evolucionaron, pero ¿por qué tuvieron que salir a tierra firme y convertirse en seres humanos que decidieron llevar una vida gobernada por el tiempo? Eso, para mí, constituye un verdadero misterio. (...).
Los autistas no tenemos libertad. Y eso se debe a que somos seres humanos diferentes, nacidos con unos sentidos ancestrales, primitivos. Somos ajenos al transcurrir normal del tiempo, no podemos expresarnos, y nuestros cuerpos nos empujan a través de la vida. Si pudiéramos volver a ese pasado acuático tan, tan antiguo..., ¡entonces podríamos vivir con la misma satisfacción y sensación de libertad que todos vosotros!".


La mirada de Ángel.
Maria Luisa Fernández
Ediciones del Viento.
Encuadernación Rústica
No. páginas: 124

"Este libro te va a gustar mucho", me dijeron, y lo tengo en lecturas pendientes, esperando con ganas. He leído excelentes críticas de este libro y soy muy fan de la autora, a la que podéis escuchar en esta entrevista. Porque las madres y los padres que se involucran y se esfuerzan en entender lo inesperado son lo más. 








María y yo.
Miguel Gallardo y María Gallardo.
Atisberri Ediciones, 2007.
Colección: Colección Sillón Orejero
Núm. Edición: 7
Cartoné
B/N. 64 páginas.
ISBN: 978-84-96815-40-7

Esta obra es otro recordatorio de que el cómic es la gran expresión de la vida misma y puede ser más útil que cualquier libro de teoría psicológica. Miguel y María Gallardo, padre e hija, narran sus vacaciones a Gran Canaria y la experiencia de ambos viviendo con el autismo de María. El dibujo es suelto, abierto, y se destaca a María como protagonista con su camiseta roja. I'm unique, just like everyone else. 


Tengo otros títulos más científicos sobre el autismo y prácticas de aprendizaje, pero quisiera preguntar vuestra opinión, recomendaciones de otras lecturas y documentos audiovisuales sobre el autismo, sobre las familias con miembros autistas o sobre los maravillosos profes que se dedican en cuerpo y alma a enseñar a alumnos con necesidades especiales. Toda recomendación será muy bienvenida, y espero que os gusten estas lecturas. Las veo muy necesarias.

Lo peor de cualquier trastorno cognitivo no es el diagnóstico en sí, sino la ignorancia de las personas que están alrededor y que piensan que "no es para tanto" (o peor aún, las personas que dramatizan hasta el extremo de decirte que lo sienten muchísimo, como si te dieran el pésame). Si realmente quieres ayudar a unos papás con un hijo con necesidades especiales, simplemente diles: "Estoy aquí para lo que necesitéis. ¿Cómo puedo ayudar, cómo puedo aprender sobre el tema? ¿Hay asociaciones de familiares sobre este trastorno?". Todos, con nuestros smartphones y nuestras carreras y nuestras redes sociales, padecemos de una ignorancia crónica e insensible hacia lo diferente, y la mejor forma de combatir esa ignorancia (aparte de leer, claro) es experimentando de cerca el día a día con una persona que tiene alguno de estos trastornos, ponernos en su piel, entender su forma de ver el mundo, y leer juntos o dibujar o inventar nuevas formas de comunicación. Leer y empatizar van siempre de la mano.

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Más información (cada comunidad autónoma tiene sus propias asociaciones y centros educativos especiales, echad un vistazo en google):
Autismo España.
FESPAU: Federación Española del Autismo
APNA: Asociación de Padres de Personas con Autismo.
AETAPI: Asociación Española de Profesionales del Autismo.

jueves, 30 de julio de 2015

Mis monstruos preferidos


"¡Parecemos la cuadrilla de la muerte!"

Una buena historia debe contar la verdad apoyándose en la ficción. La serie Penny Dreadful es un gran ejemplo de cómo hay que contar una historia. La temática, los personajes y la trama no son novedosos, sino clásicos universales. Esta es la historia de la vida y la muerte, y de la fina línea que las separa (o no). Además, se mezcla todo lo que me gusta: literatura, cómic, cine y Londres.

Las influencias de la literatura romántica del siglo XIX están por toda la serie, no sólo en los personajes. El Doctor Frankenstein y su criatura tienen una relación tan profunda como Mary Shelley la plasma en el libro, sin olvidar el mito de Prometeo que la inspiró, cosa que pocas adaptaciones de Frankenstein han conseguido. El exceso de la alta sociedad, el cinismo y la opulencia de Dorian Gray contrastan con la pobreza y la sencillez de Victor Frankenstein, el pobre intelectual que vive en un sótano londinense y desprecia las distracciones banales (las marcadas diferencias sociales y los problemas de conseguir un alquiler digno en esta ciudad siempre han sido los mismos). 

El outsider americano no podría haber sido interpretado por nadie mejor que Hartnett, que le da a Ethan Chandler ese aire de gitano apache que se esfuerza por pasar desapercibido en un ambiente al que no pertenece y en el que jamás podrá encajar, pretendiendo ser un americano simplón de gatillo fácil y palabra escueta. "Usted no es tan simple como intenta hacer ver" es una de las primeras frases que le dice Miss Vanessa Ives en el primer capítulo de la primera temporada, y al pobre cowboy no le queda otra que callar y escuchar lo que tiene que leerle en las cartas, una clarividente descripción de su lucha interna a lo Dr Jekyll y Mr Hyde. He de decir que el primer episodio, dirigido por Juan Antonio Bayona, ha superado el concepto de piloto y lo ha elevado a la categoría de "a ver quien tiene huevos de subir el listón". Es casi premonitorio de algunas cosas que se revelan en la segunda temporada, ya sea porque el guionista ha hecho muy bien su trabajo o porque Bayona ha dejado su huella, convirtiendo un folletín barato en lo más original de la televisión en años. 

El patrón de este peculiar buque es Sir Malcolm Murray, a proper British gentleman, explorador de la Sociedad Nacional de Geografía, un poco Capitán Nemo, un poco Allan Quatermain, arquetipo de explorador colonialista que se ha perdido entre sus mapas de montañas africanas y fuentes del Nilo. Quizás de joven fue como el Denys de Memorias de África pero los años y las desgracias le han avinagrado el carácter. El joven Victor le contesta muy airado que ponerle nombres y banderas a las montañas no es exploración científica sino vanidad y egocentrismo, y que la única montaña para él es descubrir el tejido que separa la vida de la muerte para por fin comprenderlas. Cuando unos debaten sobre la muerte y citan a los poetas románticos, Dorian Gray le dice a todo el mundo que la vida es un suspiro y que mejor será disfrutarla, mientras Vanessa se encierra en su habitación tan sólo decorada con un crucifijo, reza que te reza, a ver si el demonio la deja en paz. Los monstruos chupasangre (nadie menciona la palabra "vampiro") danzan alegremente por las calles de Londres sin que a los estoicos señores de Scotland Yard le sorprenda demasiado, con tanta desgracia y tanto dibujante pobre intentando ganarse unos peniques vendiendo los horribles crímenes de la ciudad. Se pueden ver muchos penny dreadful por internet (folletines victorianos góticos mejor llamados "horrores de a penique", como bien traducen en Lecturalia). Son famosos los penny dreadful de los asesinatos de Whitechapel de Jack el Destripador o las noticias ilustradas, incluidos en la gran exposición de historia del cómic de la British Library. La sangre, los desnudos y la morbosidad del público no son inventos de la HBO sino de la necesidad de transmitir con la imagen los terrores y advertencias que no todo el mundo podía entender con palabras.

La perla de la historia es, sin duda, Eva Green interpretando al gran misterio de Londres: Vanessa Ives. Su forma de moverse, contenida y poderosa, la voz (o las voces, según la posesión del día), el acento, toda ella es simplemente genial, recuperando por fin la esencia de mujer independiente con pensamiento propio de Mina Harker, una de las heroínas literarias a las que no se le ha hecho justicia en ninguna adaptación de Drácula. Su complicación psicológica, el aura de misterio que la acompaña, su estado de constante alerta que hace sentir al espectador hasta cómo se le clavan las varillas de su corsé, la determinación a reprimirse física y mentalmente -porque sabe que la puede liar mucho-, y esos grandes momentos en que la lía, y la lía de verdad. 

Estupenda... de la muerte. 

La ambivalencia está presente en cada personaje y en cada línea argumental, formando un puzzle que parece un cuento primordial de la lucha entre el bien y el mal. A ninguno de los personajes se le ama ni se le odia totalmente (excepto quizás a Josh Hartnett. Qué le vamos a hacer, si cada vez que suelta un my darling con ese acento del Southwest más de una nos quedamos de una pieza). Recomiendo releer algunas de las lecturas que influencian esta serie antes de verla, para mayor disfrute. 

He de confesar que cuando vi el piloto, sin haber leído nada sobre la temática, no pude sino acordarme de Alan Moore y The League Of Extraordinary Gentleman, referencia inevitable a la hora de hacer experimentos hipertextuales, o de mezclar diferentes historias ya escritas y conocidas para crear una nueva historia, algo que seguirán haciendo en literatura, cine y televisión, pero difícilmente con tanto acierto (y sí, por fin, gracias, ¡con tan buena documentación histórica!) como el equipo de Penny Dreadful. Un detalle sin importancia pero que dice mucho: el conservador del British Museum, Mr Lyle, les da la bienvenida a su despacho diciendo el nombre correcto que ese departamento tenía en 1891, el año en que comienza la serie. Eso quiere decir que alguien del equipo de guión se entretuvo en ir a una biblioteca y buscar qué nombre tenían los diferentes departamentos del British Museum en 1891. No, no está en Internet, lo podéis encontrar en un anexo del libro The British Museum: A History, de David Wilson. Ahí es ná el detalle. 




Poco puedo decir sin empezar a soltar spoilers. 

Entrad sin temor en este demimonde de monstruos donde lo sobrenatural no da tanto miedo como lo humano. Porque después de tanta lucha interna y tanto preguntarse quiénes somos y de dónde venimos, lo que ya sabemos, lo común y mundano, es más insoportable que cualquier extremo. 


Más información sobre la época e inspiraciones de Penny Dreadful: British Library, Romantics & Victorians.



viernes, 2 de enero de 2015

De redes sociales, ebooks y librerías secretas




Tras un año de estudiar un máster, mudarme un par de veces, emprender una frenética búsqueda de trabajo y descubrir que el aeropuerto es mi segunda casa, por fin me senté a disfrutar en paz de una taza de té con un libro. Leí algo gracioso que me apetecía compartir. Y me acordé: "Anda, si yo tenía un blog de literatura para estas cosas". Y desde entonces he ido buscando el momento de actualizarlo. Si ustedes han vivido y trabajado en Londres, sabrán de lo que hablo. Esta ciudad tiene el poder de convertirse en cápsula temporal: parece que no pasa el tiempo, hasta que miras hacia afuera, hablas con los amigos que están lejos y te das cuenta de que ha pasado un año y pico en un suspiro. Londres te ha engullido, y tú te dejas engullir con agrado. Se soporta bastante bien el (sobre)vivir aquí, sobre todo si te gustan las pequeñas librerías, los anticuarios y los museos. Pasear por el Bloomsbury y por Fitzrovia hace que todo lo demás en esta ciudad merezca la pena. 

Bueno, para mí es una tortura ir a las pequeñas librerías, porque me dejaría todo el sueldo. Tengo un libro electrónico que apenas uso, ya que disfruto más del papel. Pero tras hacer y deshacer unas cuantas maletas, me doy cuenta de que el formato digital tiene sus ventajas (especialmente para ahorrarte pagar el exceso de equipaje en el aeropuerto). Total, que una se informa de las cosas modernas que hay en la red para los amantes de la lectura, como GoodReads, Anobii o Scribd. Es una maravilla tener acceso a tantas lecturas, aunque muchas sean parciales. 

En cuanto a las webs de libros electrónicos (ojo, legales), donde se comparten ebooks y opiniones de lectores, tienen bastante fama FeedBooks (muy bien para encontrar clásicos) y Comparte Libros. Si os gusta leer en alemán, mi amiga Papalbina recomienda LovelyBooks y Buchgesichter. Podéis encontrar muchos ebooks en formato MOBI, EPUB o PDF a precios muy baratos o incluso gratis, es cuestión de bucear por Google. 

Para alimentar a nuestro fetichista bibliófilo, siempre tenemos las maravillas de los usuarios de Tumblr, sus fotos de gatitos, libros, humeantes tazas de té, una cita preferida o mensajes irónicos. Uno de mis preferidos es el tumblr de Lady Nere.

Todo esto está muy bien, hay muy buenas herramientas y tienes toda la información que quieras a un clic. Pero el libro en papel siempre se echa de menos. Con el libro en papel te concentras en una cosa, en un mundo concreto, no te dispersas, tienes todo el tiempo del mundo para reflexionar. Al igual que las confusas gaviotas que vuelan perdidas por Londres buscando la salida del Támesis, los lectores que vivimos en este extraño mundo 2.0 acabamos por apartar la vista del libro electrónico o del smartphone, entramos en uno de esos microuniversos polvorientos y nos dejamos llevar por la llamada de estos libros. Y lo que nos cuentan, no queremos compartirlo con nadie, nos lo callamos para que sea sólo nuestro. Como mucho, quizás le hagamos un gesto discreto con la cabeza a otro lector perdido, "Eh, entra ahí, ya verás", y entre tanto, podremos seguir disfrutando de descubrir todas las librerías secretas de Londres, elevando la búsqueda del tesoro a forma de terapia. Y sabe Dios que después de un máster uno enferma de academicismos y debe curarse con buena literatura. 

Pero yo no os he dicho nada.

http://www.thelondonbookshopmap.org/


Black Gull Books en Camden Lock. 


lunes, 4 de noviembre de 2013

Dar vida al padre



Tiempo de vida
Marcos Giralt Torrente
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011.
208 páginas.
ISBN 978-84-339-7211-8



Hay cosas que cada vez me pasan menos, por ejemplo, poner la radio y que una canción me sorprenda y me haga mirar el mundo con otros ojos. Este libro (novela, testimonio vital, tampoco hay mucha diferencia) es una de esas cosas que no pasan muy a menudo.

Premio Nacional de Narrativa, Giralt Torrente escribe en esta obra sobre su relación con su padre en una época de tránsito, cuando su padre había fallecido y esperaba el nacimiento de su hijo. Es un tema difícil, sería fácil caer en tópicos y en sentimentalismos, pero el autor reconoce sus límites y sortea todas las trampas de tradiciones literarias y escribe algo que me ha impactado, por honesto, por compasivo, porque la lucha interna que hay que pasar para escribir algo así tiene que dejar huella en el espíritu, recuerdo de una batalla victoriosa. 

Hay un juego de espejos en esta obra, donde se refleja la luz del escritor en el espejo de la madre, del padre y en el del abuelo; y la luz del padre se refleja a su vez en su propio padre y en su hijo. Todos estos reflejos son las similitudes, las diferencias, el parentesco y los momentos vividos. Hace que uno se pregunte: ¿qué forja una relación? ¿Qué tiene más importancia? ¿Qué salvar, qué proteger, qué perdonar? 

El lector puede ir cambiando de espejos y de perspectiva conforme avanza la narración, volviéndose el plano más largo, lleno de detalles, recordando a La ventana indiscreta de Hitchcock. Pero lo más impresionante es que sabes que todo lo que estás leyendo es real. No hay artificio literario ni figura retórica, ya se sabe cuál será el final desde la primera página -como tantas cosas se saben antes de vivirlas. No hay argumentación ni moraleja, tan sólo vivencias, empatía y un intento de ser algo mejores que lo que se presupone a nuestra triste condición humana. 

No entiendo cómo no he sabido antes de este libro. No he oído a nadie que me haya dicho "¡Me encanta este libro, tienes que leerlo!", no he visto carteles ni anuncios. Casualmente leí una opinión en un artículo literario en el que citaban una frase del autor y, tras buscar y leer las primeras páginas, necesitaba leer el resto. Va por la 4ª edición desde que fue publicado en mayo de 2010 y, qué quieren que les diga, me parecen pocos ejemplares. No recuerdo cuándo fue la última vez que un libro me conmovió tanto y me recordó por qué escribo. Esta obra es la prueba de que las palabras tienen un poder que se subestima, que la literatura no debe servir sólo para evadirse, sino para comprender mejor la realidad y ganar algo de perspectiva en la vida. Leyendo este libro he pensado en cosas que aún no me han tocado vivir, pero que me tocarán. Y espero tener el valor de vencer a mis demonios y de escribirlas cuando llegue el momento.

Quería cerrar esta entrada con alguna cita, pero el libro entero es subrayable. He doblado las esquinas de tantas páginas que he dejado mi ejemplar hecho un acordeón. Así que cierro la entrada como el autor cierra el círculo de esta narración, dejándoles buen sabor de boca con una de mis conclusiones preferidas: somos hijos del azar, al igual que lo fueron nuestros padres y lo serán nuestros hijos, y aceptando que el futuro es incierto y que el pasado no se puede cambiar, la mejor carta que tenemos es la de intentar ponernos en el lugar del otro. Porque nuestros padres también fueron hijos que culparon de cosas a sus padres, pero en algún momento se presentó la oportunidad de absolverlos, de comprenderlos, de amarlos. La vida tiene fecha de caducidad, pero lo que no caduca es la capacidad humana de perdonar. 




martes, 27 de agosto de 2013

Jazzazza



Hay un local de jazz muy especial en Murcia, el Jazzazza, al que he ido unas cuantas veces. Recuerdo la sala a reventar el día del concierto de T. J. Jazz Quartet (foto de arriba). El bar está preñado de discos, libros, souvenirs de viajeros y detalles de esos que uno se queda mirando. Uno de esos detalles me llamó la atención, así que le eché una fotografía.




Es un ensayo de Henry Miller publicado en la revista USA, en el número de verano de 1930. Es imposible encontrarlo en Internet, así que he decidido colgarlo aquí para el que quiera leerlo. La traducción está hecha con todo mi respeto hacia las palabras de Miller, pero no soy traductora, así que se admiten correcciones. Disfruten, como debieron de disfrutar los juerguistas de esa noche que describe el autor...


Jazzazza
An Essay By Henry V. Miller.

Through the smoke the splintered mass emerges, the lines twisted by convulsions, the forms writhing with epilectic vigor. Music gushes forth like bright blood pouring from many gashes. Out and out it flows, drenching the walls, the tables, the floor and ceiling, and all the flesh-strewn room with its flesh-born odors. Pale, skinny females smothered in lace and pearl smoke tremble in the clutch of ebony giants whose robust limbs are swollen with sap and blood. In vague harmonic theorems, restless as watered silk, the music sieves through the dulled spirits of the crowd.

Rising above his men like a piece of twisted ebony, his joints crackling with electricity, eyeballs glazed like two oysters on the half-shell, Sap Sapolio Sapiens reels with the vertigo of lust. The traps reverberate in his ears: they sound in frozen thuds pierced with cocaine and strychnine. His pink tongue licks the phosphorus from his teeth and sheds an incandescent glow over his palate.

With bland slip-like moves he distils a blare of vertiginous fanfares: barrel-organ tunes, orchestrion dreams, ocarina jigs. The sourish notes of the clarinet are lost in a sonorous snuffle.

Here in the black belt, jazz rears its anonymous, ruttish voice. Here the somnolent colossus of toil, ennobled by the savage lyrism of the crowd, expresses its heavy aspirations.

A mulatto with banjo eyes moves from table to table. She wears full length saffron tights and has the refined air of a Borgia. Her bossom, stuffed with greenbacks, is like the tropic of cancer. She sings with her taffeta hips the song of a strangulated corpse. A parrot-blue spotlight bathes her in a sloe gin fizz. There’s a fury in her eyes, at the climax, like dark hot coals, and in her flapping mouth the thick blood beats. Opening wide her legs she sinks –slowly, like a sinful necklace caressing the taut plus of a casket.

Above the drone of voices the electric fans hum. Smoke, blowing down in knife-blue drifts, separates the blacks from the whites. Tiny tables, spinning with drinks, press their glistening rims hard against the blubber bellies of the obese. Under the tables inextricable limbs are mired in lascivious confusion. Elbows up-raised, pushing their foamy prows, the waiters glide smilingly, mirthlessly. They leave trails of caviar, quails, gold teeth, polished ambergris and odor of musk. Great gulls, swooning with avarice, follow in their wake. The drone increases and rises to roar churned by a blur of propellors.

The music bursts with a brassy crash. Everything trembles and glitters in the mad press of flesh. A shaft of goulish green invades the swirling figures that toss on the sagging floor. The saxophone bleats a wave of horripilation through the frenzy. Suddenly, high above the conflicting voices of the choir, the cornet blares with carbolic impudence and the figures on the dais are galvanized with lust. A towering twist of ebony scraping the ceiling with his wand, Sap Sapolio Sapiens grites in shuddering ecstasy, a musical Acrobat on a stage of delirium tremens. Like a Druid shot with creosote he gathers up the warm notes of dragon’s blood. From the crowd steams an aromatic vapor of camphor and patchouli. The music boils and bubbles into a limbo of ultraviolet. Restless and throbbing with a powerful communicative beat, the musicians are welded by inexplicable rhythms. Their faces are Black roses smothered by night. And over the black roses the drum drops its rhythmic sparks.

With the dawn they knock off, like union plumbers. The floor, empty as a trough, gives off the cold, waxen gleam of a cadaver. It throws a wan glow over the laminated queen of spades shuffling to the cloak-room. Ripping off her saffron tights she exhibits the wilted petals of her exhausted grace. She curls up like a tall venereal flower kissed by a poisonous dew.

A string of saw-dust dolls, some white, some brown, some black as the royal prostitute of the Apocalypse, file out into chalky, dawn-strewn streets. They bounce with lewd vigor in their tiny high-heeled shoes.

The Great-I-Am, wreathed in a celluloid collar, walks splay-footed down the Avenue. Under his arm is a black, funerary case containing a breath from the plagues of Egypt. He walks like a beautiful cloud of night, chewing the paludal ooze blues. On the ceiling of the sky the stars reel in a milky vertigo and the dawn trembles with trombone glissades. In its upper partials the piano of light spreads a sheeny glamour of melting beauty. The angels of heaven assert themselves with warm, lush obbligatos.


Jazzazza
Un ensayo de Henry V. Miller

A través del humo surge la masa disidente, las filas torcidas por convulsiones, las formas retorciéndose con vigor epiléptico. La música chorrea como sangre brillante que brota de muchas heridas. Fuera como fuera fluye, empapando las paredes, las mesas, el suelo y el techo, y toda la sala sembrada de carne con sus olores a humanidad. Pálidas, delgadas mujeres cubiertas con encajes y humo color perla tiemblan en las garras de gigantes de ébano cuyas extremidades robustas están hinchadas con savia y sangre. En vagos teoremas armónicos, inquieta como la seda empapada, la música se tamiza a través de los espíritus adormecidos de la multitud.

Sobresaliendo por encima de sus hombres como un trozo de ébano retorcido, sus articulaciones crepitando con electricidad, los ojos vidriosos como dos ostras en su concha, Sap Sapolio Sapiens se tambalea con el vértigo de la lujuria. Las trampas resuenan en sus oídos: suenan en golpes congelados perforados con la cocaína y la estricnina. Su lengua rosada lame el fósforo de sus dientes y arroja un resplandor incandescente sobre su paladar.

Con suaves movimientos deslizados, destila un fragor de vertiginosas fanfarrias: melodías del organillo, sueños orquestales, plantillas de ocarina. Las notas agrias del clarinete se pierden en un sonoro resoplido.

Aquí, en el cinturón negro, el jazz levanta su anónima voz surcada. Aquí el somnoliento coloso del trabajo duro, ennoblecido por el lirismo salvaje de la multitud, expresa sus fuertes aspiraciones.

Una mulata de ojos de banjo se mueve de mesa en mesa. Lleva medias largas azafrán y tiene el aire refinado de una Borgia. Su bossom, relleno de billetes verdes, es como el Trópico de Cáncer. Canta con sus caderas de tafetán el canto de un cadáver estrangulado. Un foco cenital azul la baña en un burbujeo de aguardiente de endrinas. Hay una furia en sus ojos, en el climax, como ascuas oscuras, y en su boca alada late la abundante sangre. Abiertas sus piernas, se hunde, despacio, como un collar de pecado acariciando the taut plus de un ataúd.

Por encima del zumbido de las voces suenan los ventiladores eléctricos. El humo, soplando en derivas como un cuchillo, separa a los negros de los blancos. Mesas diminutas, girando con bebidas, presionan sus brillantes bordes con fuerza contra los grasientos vientres de los obesos. Bajo las mesas, extremidades inextricables están sumidas en lasciva confusión. Los codos alzados, empujando sus espumosas cabezas, los camareros se deslizan sonriendo, sin alegría. Dejan rastros de caviar, codornices, dientes de oro, ámbar gris pulido y olor a almizcle. Grandes gaviotas, desmayándose con avaricia, siguen en su estela. El zumbido aumenta y se eleva a rugido batido por la falta de propulsores.

La música estalla con un accidente de latón. Todo tiembla y brilla en la loca presión de la carne. Un rayo de mórbido verde invade las figuras arremolinadas que se arrojan al suelo. El saxo bala una ola horripilante a través del frenesí. De pronto, por encima de las voces conflictivas del coro, la bocina resuena con descaro carbólico y las figuras sobre el escenario son galvanizadas con lujuria. Un gran giro de ébano raspando el techo con su varita, Sap Sapolio Sapiens rechina los dientes en estremecedor éxtasis, un acróbata musical en un escenario de delirium tremens. Como el tiro de un druida con creosota, recoge las notas cálidas de la sangre de dragón. De la multitud nace un vapor aromático de alcanfor y pachuli. La música hierve y burbujea en un limbo de ultravioleta. Inquietos y palpitando con un potente ritmo comunicativo, los músicos se unen por ritmos inexplicables. Sus caras son rosas negras bañadas por la noche. Y sobre las rosas negras, el tambor deja caer sus destellos rítmicos.

Con el amanecer terminan la jornada, como fontaneros sindicales. El suelo, vacío como un canal, emite el frío brillo de cera de un cadáver. Arroja una luz pálida sobre la reina de espadas que arrastra los pies hacia el guardarropa. Arrancadas sus medias azafrán, exhibe los pétalos marchitos de su encanto agotado. Se acurruca como una alta flor venérea besada por un rocío venenoso.

Una cadena de muñecas de aserrín, algunas blancos, otras marrones, algunas negras como la prostituta real del Apocalipsis, se enfilan hacia las calcáreas calles salpicadas del amanecer. Se balancean con vigor lascivo en sus diminutos zapatos de tacón alto.

El Great-I-Am, envuelto en un collar de celuloide, camina avenida abajo. Bajo su brazo hay una urna funeraria negra conteniendo el aliento de las plagas de Egipto. Camina como una hermosa nube de la noche, masticando el palustre exudado del blues. En el techo del cielo las estrellas se tambalean en un vértigo lechoso y la aurora tiembla con notas de trombón. En sus parciales superiores el piano de la luz propaga un brillante glamour de belleza derretida. Los ángeles del cielo se reafirman con los cálidos y exuberantes obbligatos.



sábado, 13 de julio de 2013

Holden y Gatsby

The Roaring Twenties.

A más de uno os habrá pasado eso de enamorarse de un libro, o de un personaje, o de una historia en el que uno desearía vivir para siempre. A mí me suele pasar con los libros que se ambientan en Nueva York.

Dos de los personajes más carismáticos de la literatura, Holden Caulfield y el Gran Gatsby, han sido algunos de mis ilustres guías turísticos.

Me pregunto qué hubiera pasado si se hubieran conocido mi querido Holden, quintaesencia adolescente, y el paradigma del norteamericano hecho a sí mismo, Jay Gatsby. Probablemente se habrían corrido unas buenas juergas juntos, y el bueno de Jay le habría dado útiles consejos sociales al rarito de Holden.

Ambas historias tienen un comienzo magnético y atrayente, precisamente por todas las cosas que los autores no escriben directamente. Scott Fitzgerald ya nos habla de las conductas humanas desde la primera página. Salinger nos introduce directamente en el mundo contradictorio de Holden. Son dos genios, que despiertan simpatía porque no fueron muy reconocidos en su tiempo, y sus diferentes visiones de Nueva York son complementarias.

Holden y Gatsby tienen algo muy claro en común: sus inseguridades. La gente que critica la versión de Luhrmann por ser muy discotequera, no ha leído o no ha entendido "El Gran Gatsby". Todos los actores de esta película se sumergen en la complejidad de los personajes, y el misterioso Gatsby no es más que un hombre con miedo. Miedo a perder a su amor de la juventud, miedo a ser pobre y miserable, miedo a no ser reconocido, miedo a decir en voz alta que la cagó en el pasado y que ya no hay vuelta atrás, miedo a ser común, ordinario, uno más.

Chinchín.
Total que Gatsby es así, muy espléndido, con turbios negocios en Chicago, y toda Nueva York va a sus fiestas sin conocerle, pero en realidad ve a Daisy y se ruboriza como un colegial.

Los miedos de Holden son diferentes, y no sabe esconderlos: o bien te los confiesa abiertamente o bien se le escapa alguna mentirijilla y le pillas, como cuando habla de su hermano.

Holden es diferente, no tiene ni que intentarlo. Como buen adolescente, vive en una constante decepción conforme va descubriendo cómo actúan los mayores, y se queja. Se queja mucho y de todo. Puede resultar cansino, pero tiene un sentido literario: el inconformismo, la negación a crecer y convertirse en aquello que más detesta: un adulto hipócrita y conformista. Holden es Holden, te va a decir verdades que no te van a gustar, verdades sobre ti mismo/a que no te habrías planteado antes, y te va a tocar las narices un montón. Y si no te gusta, pues te lees otro libro.

Por cierto, uno de mis blogs preferidos (y quizás de lo mejorcito que hay hoy en día en la blogosfera): Manual de un buen vividor, de El Guardián entre el centeno. Muy fan de este señor y de sus escritos.

Dicen que estas dos novelas son algunas de las candidatas a gran novela norteamericana. Ese Quijote que no han encontrado aún, dicen. Bueno, mi opinión no creo que le importe a nadie, pero para qué quieren un Quijote si tienen cientos de libros maravillosos, y Salinger y Fitzgerald son sólo dos ejemplos de grandes autores norteamericanos, que no los únicos.

Dicen que las últimas obras que han revolucionado la literatura americana hoy en día son "La broma infinita" de David Foster Wallace, y "Libertad" de Jonathan Franzen. Los tengo en lecturas pendientes, y caerá reseña. Pero, insisto, que los yanquis no tienen por qué seguir empeñados en consagrar a un Cervantes o un Quijote (otra cosa que vemos en "El Gran Gatsby" y que me asombra: lo obsesionados que están los americanos con todo lo colosal, lo grandioso, el tamaño extra grande, el super size, tamaño familiar o mastodóntico. El caso es dar el espectáculo. Les encanta)

Bueno, puede que la peli de Luhrmann sí que sea un pelín purpurinesca. Pero es necesario.

Así que, si no se os ocurría qué leer este verano y no tenéis pasta para ir a NY, aprovechad estas sugerencias. Aquí os dejo el Mapa Literario de Manhattan que ofrece el New York Times.

Tenéis para rato.


domingo, 27 de enero de 2013

So You Want To Be A Writer


si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobe la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
si quieres escribir como algún
otro,
olvídalo.

si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.

no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores.
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.

cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
si mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.

no hay otra manera.

ni la hubo nunca.


(Charles Bukowski, "So You Want To Be A Writer", en Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta).


*

sábado, 26 de enero de 2013

"Escribí, escribí sólo para no morirme"


Pregúntale al polvo. 

John Fante (1939).

Editorial Anagrama, colección Panorama de narrativas (2001)
205 páginas,  7,90 €.
ISBN 9-788433-969415

Prólogo de Charles Bukowski (1980).


A veces te encuentras descubriendo a algún gran autor norteamericano, que en mi opinión es una nación afortunada por no tener un Cervantes y seguir buscando su novela definitiva. Yo no podría elegir, si os digo la verdad. Me quedo con H. D. Thoreau, Poe, Melville, Scott Fitzgerald, Salinger, y con Bradbury, Asimov, con John Kennedy Toole, y con Bukowski, Kerouac, Paul Auster.... 

En fin, ¿quién puede elegir? Que me diga cómo. 

Y un amigo me descubrió a John Fante. O a Arturo Bandini, como prefieran llamarle, un norteamericano de origen italiano que retrató la ciudad de Los Ángeles como nadie. Pues bien, no me lo recomendó exactamente, sino que me dijo "No me está gustado mucho, es demasiado tópico", pero al leer el prólogo de Bukowski, no me quedó más remedio que empezar a leer.

Quizás hoy nos puede resultar algo tópico la trama o el carácter de los personajes, pero en su época, Bukowski se sorprendió. Y no creo que fuera un hombre fácil de sorprender. 

Arturo es un escritor italoamericano, a ratos orgulloso de sus orígenes, a ratos avergonzado porque se siente aislado. Sólo ha publicado un cuento en una pequeña revista, pero le basta para presentarse como escritor, regalar ejemplares de su cuento a cualquiera que quiera leerlo o fantasear con ser un escritor de renombre. El ego: esa versión maligna, vanidosa, ciega y sorda de nosotros mismos.


Idolatra a su editor e inspirador, de alguna forma una figura paterna para él: J. C. Hackmuth (hago notar que los yanquis le dan una especie de importancia mística a los nombres compuestos, no sé por qué, pero les encanta). Y tenemos la ciudad de L.A., un gag hecho ciudad, lleno de gloria y pobreza, como puedes comprobar al pasear por sus bulevares malditos, sus clubs nocturnos y conociendo a sus mujeres. Ah, sus mujeres. 

En fin, esta ciudad ofrece a Bandini (a Fante, a Bukowski) comprender el miedo, la farsa y el contraste de todas las contradicciones reunidas en una ciudad.

“He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo hispana y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho”. 

Nuestro Arturo es un veinteañero, algo pardillo, pero no inocente del todo. Su actitud a veces bipolar me ha arrancado alguna que otra sonrisa, ya que todos hemos sido presa de nuestras propias contradicciones alguna vez. Sabemos lo que está bien y lo que está mal, pero a veces nos cansamos de hacerlo todo bien, y a todo ser humano le viene bien cometer errores de vez en cuando, disfrutar de esa sensación de vértigo en el estómago cuando te sabes en el lugar equivocado y en el momento equivocado.

Así que los personajes de las mujeres y cómo las ve Bandini en diferentes momentos de la historia nos puede dar una idea aproximada del carácter contradictorio y sensible de este escritor de tres al cuarto. Está Camila, la camarera, a veces musa inspiradora y amor épico, y a veces rata de alcantarilla hispana. La mujer redentora es la madre que le envía dinero cuando pasa por dificultades, a la que quiere mucho, pero es un punto de unión entre lo sagrado (Virgen María) y lo profano (luego se gasta el dinero en irse de copas). Y no olvidaré a Vera Rivken, la mujer sabia y herida, que conseguirá inspirar a Bandini lo suficiente como para que se siente delante de su máquina de escribir para algo más que para escribirle cartas a Hackmuth. 

Y, por qué no considerarlo mujer, el mar. Es un umbral a otro mundo, el que da la vida y la quita, y para un italiano ha de ser imposible olvidar su relación con el mar, que juega una parte esencial en la historia. 

También utiliza una palabra que hoy en día está en desuso por no ser políticamente correcta: razaLa raza, ¿creéis que sigue existiendo? Los científicos dicen que desde que terminó el proceso colonizador y empezó la globalización, estamos todos tan conectados que ya es casi imposible hablar de razas, sino de etnias o grupos culturales. Pero en Los Ángeles en los años treinta la gente era pobre y había razas. Los apellidos terminaban en vocal, la vergüenza se escondía, el orgullo se fingía, las apariencias se guardaban. Todo esto es lo que forma parte del American dream.

Y nuestra historia termina en el polvo, en lo que pudo ser y nunca será, y en el desierto, que siendo el opuesto del mar, es algo mucho peor. Fante nos dice que el desierto es la pérdida, una nada más terrible que la muerte.

¿Qué sentido tiene la vida de Arturo Bandini, si polvo fuimos y en polvo nos convertiremos?

Quizás no tenga ninguno. Quizás Bandini tenga cierto talento encontrando la belleza en la basura, como Baudelaire, que sabía que en la basura las flores crecen con más fuerza. Quizás no tenga sentido la vida de nadie y bien le vendría al planeta un cataclismo. Puede ser. La belleza seguirá existiendo sin Fante y sin Bandini, pero ellos pudieron vivir gracias a la belleza. Y recuerdo una frase de Neruda que, hasta la fecha, es la mejor excusa que he encontrado.